En el cementerio, todas las cruces blancas están en filas, marcas de yeso en una gigantesca pizarra. Ofrezco mis últimos respetos silenciosamente.
Edward Morgan Blake. Nacido en 1924. Cuarenta y cinco años. Un comediante, muerto en 1985, enterrado en la lluvia. ¿Es eso lo que nos sucede? Una vida de conflicto, sin tiempo para los amigos. Así cuando todo acaba, sólo nuestros enemigos dejan rosas. Vidas violentas, con finales violentos. Dólar Bill, la Silueta, el Capitán Metrópolis...nunca morimos en la cama. No está permitido.
Algo en nuestras personalidades, tal vez una urgencia animal para luchar, que nos hace lo que somos. No importante. Hacemos lo que tenemos que hacer. Otros entierran sus cabezas entre los hinchados pezones de la indulgencia y la gratificación, cerditos arrastrándose hacia una marrana buscando cobijo...
...pero no hay cobijo...y el futuro solloza como un tren expreso...
Blake entendió. Lo trató como una broma. Pero entendió. Vio los chasquidos de la sociedad, vio a los pequeños hombres enmascarados tratando de aguantar juntos...
Vio el verdadero rostro del siglo veinte y escogió convertirse en un reflejo, en una parodia. Nadie comprendió la broma. Por eso era tan solitario.
Conozco un chiste: Un hombre va a l doctor. Dice que está deprimido, dice que la vida le parece cruel. Dice que se siente solo en un mundo amenazador en el que todo es vago e incierto. El doctor dice:”El tratamiento es simple. El gran payaso Pagliacci está en la ciudad esta noche. Vaya a verle. Eso le animará”. El hombre estalla en lágrimas...dice: “pero, doctor...yo soy Pagliacci.”.
Buen chiste. Todos ríen. Redoble de tambores. Cortinas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario