Destrozándose contra la vasta
superficie las convicciones son puestas a flor de piel en su lucha
contra la tempestad. Veo como esa tempestad desata el caos a mi
alrededor. Como las garras de la destrucción se ciernen sobre
mí tanteándome contra todo pronóstico contra la
tempestad. Me empujan a un sitio del que se no voy a volver jamás,
un sitio en el que sólo me puedo salvaguardar en el bastión
que es mi fuerza de voluntad. Sólo puedo esperar que sea lo
suficiente como para no verme ahogado en mis miedos, para no ceder
antes ellos.
La claridad vislumbra el ojo de la
tormenta, un lugar plácido y tranquilo donde implacablemente
la ola rompe contra la superficie que yo sólo he vuelto a
crear, he vuelto a levantar, bastión de la tormenta, vigía
del mar, perfecta imperfección de la superficie. Nada puede
detenerme, nada puede hacer que este arrepentido, se acabaron. Me
limito a observar como el mar lleva los huesos de los naúfragos
hacia mis orillas. Observo como se mecen, como marean, en la
enfermiza desesperación de la súplica por un hogar.
Noto como mis músculos entran en
tensión. Como una antinatural resistencia despierta en mi, me
recuerda que nunca se ha ido, que me envuelve. A mi alrededor,
Poseidón me llama reclamando mi alma en el hundimiento. No te
tengo miedo, ni a ti ni a nada. Esta obstinación surgida de la
miseria corta un pedacito de mi concentrada locura. Aún en las
mismísimas puertas del Averno lucharé a mi manera, como
yo sólo se hacerlo.
Un cuerpo encerrado en los vicios,
luchando implacable contra los conflictos. Una mente que se ha vuelto
más inquisitorial por los fragmentos de la decepción.
Aquí estoy alzándome desde el infierno, liberándome
de esa jaula de dorado ensueño, volando. Recuerdos de otra
vida me llaman.
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